Camino rumbo a una felicidad que parece esconderse a posta. No tengo miedo a hacerme daño, porque los corazones rotos como el mío van siempre anestesiados con Nicodin, vodka y gotitas de amor barato.
Hace tiempo que siempre sonrío, y guardo la melancolía en los bolsillos prometiendome que la dejaré salir a florecer en los días Rojos, cuando la excusa biológica me permita sentirme real sin dejar de ser la persona fuerte que todos piensan que soy.
Sigo sonriendo cada vez que te veo doblar la esquina, pero por suerte o por desgracia ya no me tiemblan las piernas cuando estoy frente a ti. Quizá debería cerrar de una vez esa puerta, o aprovechar que sigue abierta y tirarte una piedra a la cabeza a ver si sales tú a buscarme. Prometo esconder la mano y sonreír, si eso llega a pasar.
Tal vez, hoy sea uno de esos días tristes de comer hasta querer vomitar y de ver Pretty Woman en un intento desesperado por creer en los Richard Gere y en el amor de verdad. O tal vez sea uno más de estudio, pesadillas y baños que se demoran para escapar de una rutina demasiado pesada para ser real.
Puede que solo escriba esta carta para evitar coger el teléfono y escribirte a ti, pero eh, parece que funciona.
Cuanto tiempo sin saber de mí... Me he echado terriblemente de menos.