Veneno

Soñar despierto Dormir contigo Viajar despacio y volver.




Ardía. 

Habían sido cuarenta y siete días, y el fuego, lo convirtió todo en cenizas, que se congelaron, que después se volvieron agua. Y una vez así, pasaron a secarse y de nuevo ceniza. Y otra vez ardieron, más fuego. Que quemaba, como veneno en la sangre. 

Amor/Cicuta. Odio/Arsénico. 
Todo mata,
pero a su propio ritmo.

Fuego visceral. Asco. Odio. Rencor. Ira. Miedo. Todo. Nada.

Sentía tantas cosas, que la mezcla me provocaba arcadas, pero había prometido no llorar. Y no lloré. Y no lloraré.
Porque llega un punto en que te quedas seco.
Y es en ese momento en el que debes aprovechar la frialdad, para levantar la cabeza, mirar hacia delante y seguir tu vida.

Rompe el hielo. Bebe el agua. Sopla las cenizas.
Juega con fuego,
y quémate.

Ya nada volverá a ser como antes.

¿Sabes cual es mi problema?
Que si me muerdo la lengua,
trago veneno.


Y aquel momento,
que fue perfecto,
Copacabana y claqué.

Cuentame Tu Historia II


  1. Por Todos los Buenos Momentos.

Personaje que puede controlar el tiempo, que cada vez que viaja al pasado pierde un recuerdo.

Mi nombre es Noah, cuando era niño, mi padre siempre me decía que yo estaba destinado a cargar con el don de la familia, me resultaba peculiar que hablase de “cargar”, como si fuese una maldición, algo que tendría que soportar, y que a la vez lo llamase “don”. Pero yo solo tenía siete años, y mi padre siempre fue un tipo raro desde mi punto de vista, y el del resto de mi familia.

Cuando mi madre murió, empecé a entender cual era exactamente eso “don” del que hablaba mi padre, yo podía controlar el tiempo, podía viajar atrás en él. Así que pasaba la mayor parte de mi tiempo, regresando con mi madre, una y otra, y otra vez. Pero claro, eso no era tan sencillo.

Cada vez que regresaba a esos “tiempos mejores”, en los que mi madre me abraza, y me arropaba cada noche, perdía un recuerdo. Una vez, estuve a punto de olvidar a mi padre, que murió a los siete años, de olvidarme a mi mismo, fue entonces cuando me prometí a mi mismo, que no volvería a pasar. Que era el momento de pasar página.

Yo tenía diecinueve años, y allí estaba ella. Cara, era la chica más preciosa que había visto nunca. Con su pelo largo, como hilos de oro, sus ojos claros como el cielo a primera hora de la mañana. Se convirtió en mi vida, pasábamos horas y horas juntos. Era mi único motivo para levantarme de la cama desde el accidente que se había llevado a mi padre... y era lo único que soñaba cuando me iba a la cama.

La convertí en mi mundo, y eso acabó por agobiarla, ahora que lo pienso es normal; cada vez que salía con sus amigas, yo me quedaba en casa, como un cachorro abandonado, me hacía un ovillo en la cama, y me quedaba esperándola, miraba el móvil, por si me hablaba, y me quedaba en silencio mirando al techo, esperando oír la cerradura, para salir a su encuentro nada más llegar.

El día que me dejó, sentí de nuevo ese dolor tan familiar de las pérdidas, primero mamá, luego papá, y ahora Cara. Ahí comenzó mi momento de autodestrucción, todo había acabado para mí. Ya no quería ser Noah. Retrocedí en el tiempo, tanto como pude; mamá y papá me llevaban a la playa, la primera cita con Cara, mi sexto cumpleaños en Disney World, el primer beso, nuestra primera noche juntos.

Por primera vez, me atreví a ir más allá, llegue al 25 de Mayo de 1986, la boda de mamá y papá, eran tan jóvenes, estaban tan guapos, y yo aún no había nacido. Veía sus rostros, alegres, eternos, sus ojos brillaban tanto, que podrían haber eclipsado el firmamento. Entonces empecé a marearme, algo no iba bien. Salí de la iglesias con muchos esfuerzos, un sudor frío me bajaba desde la frente hasta la nuca, ¿Qué me estaba pasando? Por más que intentaba respirar, cada vez parecía más difícil, el pecho me ardía.

Caminaba con dificultad, por las calles, pedía ayuda, pero la gente parecía no verme. Me agarré a una farola, y me miré a duras penas en un escaparate; estaba encorvado hacia delante, me temblaba el cuerpo, mi cara parecía estar adoptando una forma poco humana. Me incorporé y traté de cruzar la calle, oí un claxon sonar muy cerca. El autobús estaba demasiado cerca.

… … …

  • ¡Está abriendo los ojos! - Chico, chico, ¿Me oyes?
  • … mmm … ¿Dónde estoy?
  • En el hospital, has tenido un accidente, pero ya estás fuera de peligro, soy el doctor Arnold, no llevabas documentación encima, y no hemos podido contactar con nadie, ¿Cómo te llamas?
  • Mi nombre es... Mi... Mi nombre... Mi nombre es...

El doctor, y las dos enfermeras se intercambiaron una mirada compasiva, mientras yo hacía esfuerzos inhumanos por tratar de recordar quién era, pero por mucho que buscaba en las entrañas de mi mente, solo encontraba vacío. Vacío y la palabra “Autobús”.


Pero no creo que ese fuera mi nombre.

On Her Way

Tomaba decisiones acompañadas de Rock n' Roll. Chupitos de Rollling Stones para el cuerpo. Bailaba canciones inexistentes. Música silenciosa. Fotografiaba paisajes desiertos. Llevaba flores en el pelo y se sentía libre. Ya no tenía miedo a fallar porque sabía que nada podría con ella. Escribía cartas con tinta invisible y las quemaba en la hoguera. Pedía deseos a las estrellas del cielo, pero no a las fugaces, esas eran más difíciles de encontrar. Llevaba un trébol en el bolsillo y no tenía cuatro hojas, porque no necesitaba más suerte de la que tenía. Pintó un cuadro sin lienzo, sin pincel, sin pinturas. Pintó un cuadro con los ojos y firmó con la sonrisa. Selló una carta con un beso de desamor verdadero. Quiso escuchar el mar a través de una caracola y en lugar de ello escuchó a John Lennon susurrarle canciones de amor. Las flores le olían a chocolate recién hecho y fresas con nata. El mundo giraba rápido como una peonza y ella se divertía haciendo lo mismo en sentido contrario. Por primera vez desde que tenía memoria disfrutaba la vida, subía y bajaba al ritmo de su corazón acelerado. Sus inseguridades dieron paso a una fuerza que creía impropia de ella. Lo había hecho, había vencido a su parte mala. Y estaba segura de que el mundo sí que estaba hecho para ella.
Había vencido una vez y podía volver a hacerlo.


Por fin he conseguido arreglar el portatil, está visto que este verano no es el mío. A ver si a partir de ahora, puedo empezar a escribir más a menudo.