Filas de mesas ocupadas por gente, por personas más o menos preocupadas, filas repletas de personajes que no sospechan nada. O quizá si y se hacen los tontos. Los desentendidos. Los desaprensivos. Que se levantan, se sientan, atienden, no atienden, bostezan, se ríen, se pasan notitas fugaces, y hablan de la quedada del sábado, de los amores y desamores. Y entre ellos y yo, la diferencia abismal eres tú. Que te miro, o lo intento, que te odio, que me hielo, que ¿te quiero?, bueno, solo a ratos. Que ojalá te marches de esta clase, para no volver... Hasta dentro de unos minutos. Que no puedo, que no quiero y sólo van tres días... Que me quedan nueve meses y ya agoté mis otras seis vidas.
Y entre el griterío de las filas vacías y el silencio de las mesas completas, entre las explicaciones incomprensibles de los profesores y las notas indescifrables de tus mejores amigos, el latido quebrado de un corazón, que si bien no está roto, poco le falta. Que suena sin ritmo. Que está desacompasado. Un amor unilateral, con camino desgastado. Arítmico y falto de carisma.
Y si pudera arrancarme los ojos para no mirarte, lo haría, y si pudiera salir corriendo en este momento no volvería a mirar atrás, donde sé que te sientas.
Porque cada vez que entras por la puerta es como nacer sabiendo que vas a morir.
Supongo que todas las historias tienen un final pero, por favor, vamos a disfrutar de la película.
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