Capítulo IV.
¿Cam, eres tú?
Después de mucho tiempo, George consigue dormir de un tirón. Mientras sus ojos se acostumbran a la luz que entra por la ventana, se gira en busca de su compañera, pero no hay nadie. En cierto modo, no le sorprende. Son casi las doce del mediodía y ella trabaja. Ajeno a la llamada telefónica de la noche anterior, se levanta con las energías renovadas y sintiéndose extrañamente bien.
- Tal vez Cara sea mi cura - Se dice mientras se masajea el rostro frente al espejo del baño.
La sensación de bienestar no le duró mucho. Antes de que otro pensamiento le viniese a la mente, George ya estaba encorvado frente a la taza del váter presa de las arcadas y los vómitos. Los sudores fríos empaparon su cuerpo en pocos segundos. Temblaba. No podía mantenerse en pie. Se mantenía con la espalda ecta frente a la pared, sentado, vencido. Luchando por no desplomarse sobre las horribles valdosas del suelo.
Después de unos minutos que se vuelven infinitos, que parecen caer sobre él y empujarlo como si el peso de la gravedad lo empujase a derrumbarse, parece encontrarse mejor. Las piernas le flaquean, y agarrándose a un toallero que parece estar a punto de ceder ante su peso, consigue ponerse en pie y caminar sujetándose a todas las superficies, el lavabo, el marco de la puerta, la mesita auxiliar del pasillo. Y al fin llega al salón. Mira hacia los lados, buscando algo que le haga creer que Cara estuvo allí de verdad y no fue una nueva invención. Pero no hay nada... Sacude la cabeza presa del pánico, y se acerca a la cocina. Se prepara un café. El olor inunda la casa y le trae el vago recuerdo de los domingos, cuando desayunaban todos juntos y después salían al amplio jardín él y Carol para jugar con Cam y su perrito Cotton... Qué lejanos parecen ahora esos recuerdos... Como un sueño lejano que nunca fue real.
Las lágrimas caen con rabia y chocan contra el suelo... La cabeza de George arde y busca aspirinas por todos los muebles, tratando de sacarse de la cabeza todo lo que lo hizo feliz. Consigue encontrar una tableta con seis pastillas. Se toma una, y otra, y luego otra y las intercala con sorbos de café, se toma una cuarta pastilla y empieza a marearse... De nuevo una carrera hasta el baño y más vomito.
El café es asqueroso cuando se vomita. La sangre puede indicar una úlcera en su estómago o garganta, apuesta por esto último porque le duele comi si se la estuviesen rasgando con un cuchillo mal afilado.
Sale dando tumbos del baño, le duele el hombro derecho, probablemente tenga una contractura. Entonces suena el telefono, y el timbre resuena en su cabeza provocándole una nueva jaqueca. Es como un taladro, suena demasiado. Toda la habitación parece retumbar. George se llava las manos a la cabeza y cae al suelo de rodillas. Grita tratando de silenciar el telefóno y se arrastra como puede hasta el foco del sonido. Apartándose la mano derecha lo coje a duras penas y levanta el auricular.
- ¿Diga? - Dice a penas en un susurro.
- Papá - La voz de su hijo hace que contenga un grito ahogado llevándose la mano que no sujeta el aparato a la boca.
En estos momentos no le importa que sea una alucinación, porque hacía tanto que no lo oía que el mero hecho de que sea producto de su imaginación, lo hace pensar que no lo ha olvidado, y que en el fondo de su subconsciente aún recuerda a su hijo como si fuese ayer.
- ¿Cam? ¿Cam eres tú? ¿Dónde estás?
- Papá...
- Cam, Cam, ¿Dónde estás?
- No puedo decirte donde estoy, porque esta llamada no es más que fruto de tus delirios - Aquellas palabras calleron sobre George como un jarro de agua fría. Una dosis de cruda realidad que acabó por hundirlo en un fango pegajoso que lo engullía. Ya no quería seguir luchando - Papá, te quiero.
- Y yo a ti, hijo mío- Fruto de su imaginación o no, aquellas palabras parecieron liberar un poco la carga emocional que tanto tiempo llevaba soportando.
- No dejes de buscarme hasta encontrarme.
- No lo haré.
- Prométemelo - La vocecilla aguda de su hijo pequeño hacía mella en su esfuerzo por contener las lágrimas.
- Te lo prometo.- Dijo tratando de combatir con fiereza el nudo de su garganta.
El sonido monótono de un teléfono que ha colgado al otro lado de la línea retumbó en su cabeza durante horas.
Impactante y genial. Es una pena ver como el alcohol arruina las vidas de las personas que se enganchan a él...
ResponderEliminarSaludos.
Me ha llegado T.T es una lástima todo lo que podemos perder por un vicio.. <3
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