Cuéntame tu historia I




Camina por la calle cubierta por un manto de nieve. El clima es frío, como él.  El ajetreo de la ciudad lo pone tenso. Aunque últimamente todo lo hace. Marco es fuerte. Pero está roto. Se cree lo suficientemente valiente como para seguir viviendo, aunque no sabe por qué. Mientras vaga sin rumbo, con su aire desgarbado, sin ganas de continuar avanzando, observa a las personas con las que se cruza, parecen felices. Tienen motivos. O quizá no. Pero sonríen. Él en cambio, ha perdido su sonrisa en alguna parte, y no tiene ganas de buscar.

Llega al puente. Un puente decorado por esa absurda moda de los candados. Hay muchos nombres en ellos, y el suyo no está en ninguno, porque no tiene a nadie a quién jurarle amor eterno. No sabe porque está allí, pero inconscientemente sus pasos lo han arrastrado al precipicio. Su vida pende de un hilo. Un hilo que desea cortar de una vez por todas... Se aproxima a la baranda, está congelada, con la mano descubierta arranca un trozo de hielo y nota como se derrite en su mano entumeciéndola.

¿Seré feliz algún día? Se pregunta. Pero es demasiado orgulloso para responderse. Mira hacia ambos lados. Nadie... Quizá este sea el momento... Está a punto de ponerse en pie sobre la endeble baranda cuando una voz en su cabeza le advierte de que tal vez no muera. No puede jugársela. Cuando lo haga debe ser definitivo. Vuelve a sumergirse en sus pensamientos y camina, otra vez sin rumbo. Sin ganas. Con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Camina porque no le queda más remedio.

Empieza a nevar. Los copos caen sobre su pelo castaño, y no se molesta en cubrirse con la capucha, no se molesta por zafarse de ellos, y continúa vagando, convirtiéndose en una especie de árbol de navidad triste y taciturno. Pasa frente a un escaparate y se ve reflejado, y se odia. Se odia más que de costumbre... Se odia desde el día en que por accidente la mató.

La recuerda a cada hora, a cada hora que no piensa en el suicido. La sueña cada vez que duerme. Cada vez que sueña que no muere, sueña con su rostro marchito por las llamas. 
Era un día de nieve, como hoy, y querían ir a la montaña y hacer muñecos de nieve. Las clases podían esperar. Nadie es joven eternamente. O eso dicen. Ahora ella siempre será joven... 
La moto. El exceso de velocidad. La carretera cubierta de hielo y nieve. El camión. Un despiste. La moto que se le escapa. La colisión. La fuga de gasolina. Un chizpazo. Fuego. Fuego que no derrite la nieve. Fuego que atraviesa las capas de ropa. Fuego que arde. Que quema. Fuego que se la lleva. Fuego que provoca cicatrices que no se irán. Fuego que marca para siempre la vida de Marco.

Ha pasado exactamente un año. Y de nuevo. Presa de su subconsciente se encuentra en ese cruce donde el destino quiso llevársela. ¿Por qué a ella y no a mí? Se pregunta, aunque no tiene tiempo de responderse a sí mismo. Porque no ve el coche que se sale de la carretera y se lo lleva por delante...

Tal vez puedan reencontrarse, tal vez le pida perdón. Tal vez se cuenten lo que no tuvieron tiempo.

"Tal vez haya sido mejor así" - Se dice así mismo antes de que su corazón se apague para siempre.


6 comentarios:

  1. ¿Es que nadie quería darle un final feliz a Marco o qué? Jo...
    Me ha gustado mucho la historia, aunque el pobre, se merecía algo mejor...
    ¡Un besín!

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  2. Madre mía, que triste. Lo has relatado perfectamente, pobre Marco...

    Un beso

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  3. Me acabas de dejar sin palabras. El drama causa un efecto fantástico al que todavía no me he acostumbrado. Pero no dejes de hacerlo, simplemente es perfecto.
    Un besito.

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  4. Lo tuyo juega en otra liga.
    ¡Menudo talento!
    Me he dejado atrapar por el halo de Marco de una forma...!


    Besos grises

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  5. ¡Madre mia! Como dice Gema, todo el mundo ha hecho a un trágico Marco. Buah, ha sido espectacular. El final casi me para el corazón a mi también. Impresionante, sigue así.

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